LAS TOXINAS  DEL ORGANISMO

 

 

La Intoxinación:

 

Las toxinas son desechos y residuos provenientes del metabolismo. La presencia de pequeñas cantidades de toxinas en nuestros tejidos es perfectamente normal, dado que, por su propio funcionamiento, el organismo produce desechos y también está preparado para liberarse de ellos a través de cuatro órganos que filtran la sangre, la liberan de las toxinas y las arrojan al exterior. Son el hígado, los riñones, los pulmones y la piel.

 

Parte de las toxinas presentes en el cuerpo provienen del desgaste de los propios tejidos. Cada día, el cuerpo debe eliminar los restos de las células desgastadas, los glóbulos rojos muertos, minerales utilizados, etc. Las proteínas, por ejemplo, una vez degradadas producen urea y acido úrico; la combustión de la glucosa produce acido láctico y gas carbónico; las grasas mal formadas, ácidos cetónicos.

Cuando comemos más de lo que quemamos, es decir, más de lo que necesita nuestro organismo para funcionar, nuestro cuerpo se encuentra en presencia de sustancias con las que no sabe que hacer.

El estado de intoxicación se alcanza muy pronto en la actualidad, por que comemos demasiado. En Suiza, por ejemplo, cada habitante consume un promedio de 3.400 calorías cada día, cuando le serían suficientes 2.400. Es decir, le sobra una tercera parte.

Cuando la producción de desechos excede a las posibilidades de eliminación del cuerpo, las toxinas se acumulan en los tejidos y preparan el lecho a las enfermedades futuras. Las cifras nos permitirán comprender mejor la importancia de una eliminación insuficiente.

Los riñones deberían eliminar de 25 a 30g de urea cada 24 horas. Si sólo eliminan 20g, eso representa una retención de 5g al día, es decir ¡150g al mes! Si los riñones eliminan solo 12g de sal (cloruro de sodio) cada 24 horas en vez de los 15 o más que se absorben cada día en la alimentación, hay retención de 3g diarios, es decir ¡90g al mes!

Evidentemente, estas cifras no reflejan la verdad absoluta, pues los desechos se eliminan por muchas puertas de salida, pero permiten, sin embargo, hacerse una idea de la velocidad a que puede realizarse la intoxinación.

 

 

La intoxicación:

 

En la Intoxicación, a diferencia de la intoxinación, las sustancias que han penetrado en el cuerpo, no deberían ningún modo hallarse allí. Son sustancias totalmente extrañas al funcionamiento normal del cuerpo que le son nocivas y que, por este motivo, se pueden calificar de tóxicas o de venenosas.

Una intoxicación sólo debería ser un hecho accidental y raro. Por desgracia hoy nos intoxicamos a diario con sustancias tóxicas con la que contaminamos nuestro entorno y nuestros alimentos.

 

El envenenamiento que sufren los cultivos agrícolas y la cría de animales por la contaminación del aire, del agua y de los suelos hace que los alimentos pierdan esa pureza que antaño poseían. Los componentes nocivos que contienen, penetran en nosotros cuando los consumimos y contribuyen así a aumentar el nivel de desechos en nuestros tejidos y a que contraigamos enfermedades. Y todo esto sumado al hecho de que esas sustancias, por su propia naturaleza son…tóxicas.

A esta contaminación ambiental se agrega la contaminación voluntaria que infligimos a nuestros cultivos por los repetidos tratamientos con insecticidas, herbicidas, fungicidas, etc.

En la ganadería se produce el mismo proceso. A menudo se trata a los animales con exceso de medicamentos (por ejemplo, antibióticos) para que puedan sobrevivir en las condiciones antinaturales de cría en que se encuentran, o para acelerar su aumento de peso (hormonas). Estos medicamentos se encontrarán, por cierto, en la carne que consumimos e incluso parcialmente en los subproductos animales como los huevos, la leche y los productos lácteos.

Los medicamentos químicos o sintéticos y las vacunas son también causa de la intoxicación de nuestro organismo. Si sólo se tomasen en situaciones excepcionales, no tendrían un efecto tan nefasto en nuestro organismo, como el que hoy tienen, debido al exceso de consumo de medicamentos que, de esta forma, intoxican rápida y peligrosamente a la población.

Además, absorbemos regularmente colorantes, emulsionantes, potenciadores del sabor, estabilizantes, antioxidantes, agentes conservadores, y  toda una larga lista de aditivos que agregamos a los alimentos, no para mejorar su valor nutritivo, sino para que mejoren su apariencia y se conserven más tiempo.

Aunque presentes en muy pequeñas cantidades en los alimentos, se ha calculado, sin embargo, que el consumo promedio de esas sustancias es de 2 a 3kg al año.

Afortunadamente, no todos los aditivos son tóxicos; algunos incluso son inocuos. Otros, en cambio, tienen una toxicidad cierta y conocida. Sin embargo, son tolerados, no por nuestro organismo, sino por… las reglamentaciones oficiales. En su descargo, las autoridades argumentan que las dosis utilizadas son mínimas, muy inferiores a las dosis que podrían provocar envenenamientos. Por cierto que no todas las sustancias han sido comprobadas.

 

NOTA: Aunque, propiamente hablando, el término toxina no debería utilizarse sino para los desechos producidos por el propio cuerpo, y no para los venenos exteriores, en el lenguaje corriente se utiliza tanto en un sentido como en el otro. Lo mismo sucede con los términos de intoxicación e intoxicado que, en vez de utilizarse exclusivamente para los envenenamientos producidos por sustancias tóxicas exteriores al cuerpo, se usan también para designar el estado de intoxinación o la presencia de desechos en general, sean de origen externo o interno.

 

 

¿Cómo producen la enfermedad los desechos?

 

Para comprender cómo la presencia de desechos en el cuerpo puede enfermarlo, hay que recordar que el organismo es un conjunto de células y que funciona porque todas esas células están activas.

Las células son las “unidades de vida” más pequeñas que tenemos, pero, a pesar de eso, son completamente dependientes del medio en que se encuentran. Al no poderse desplazar, el oxígeno y las sustancias nutritivas que necesitan deben serles suministrados, y los desechos que producen, retirados. Los líquidos orgánicos, como la sangre, la linfa y los sueros celulares, son los encargados del transporte. Antiguamente se llamaba humores a estos líquidos orgánicos y se hablaba del estado de los humores o del estado humoral. Hoy han cambiado las palabras y se habla de “terreno”.

 

Un 70% de nuestro cuerpo está compuesto de líquido. Nuestras células están literalmente sumergidas en un océano interior,  constituido por sueros celulares en los que circulan corrientes nutricias y depuradoras: las corrientes sanguínea y linfática. La composición de esos líquidos es primordial para la célula porque representa su medio vital.

Si extendiésemos los tejidos celulares, cubrirían una superficie de 200 hectáreas, de los cuales cien kilómetros de sanguíneos sirven de canalización para irrigar esta enorme superficie. Sin embargo, nuestro cuerpo sólo dispone de algunos litros de sangre. ¿Cómo pueden sobrevivir las células con un líquido nutricio tan restringido? Dos factores compensan la falta de líquido. Por una parte, los capilares no están todos llenos al mismo tiempo, sólo las partes más activas del cuerpo disponen de una irrigación abundante: los órganos digestivos cuando comemos, el cerebro cuando pensamos, los músculos cuando realizamos un trabajo de fuerza. Por otra parte, la velocidad de circulación compensa la falta de líquido, ya que al circular a alta velocidad en un sistema cerrado como el sistema circulatorio, la sangre vuelve a menudo y rápidamente a los mismos sitios. La sangre tarda sólo un minuto, aproximadamente, en dar una vuelta completa al cuerpo.

Irrigación diferenciada y velocidad de circulación permiten, de este modo, irrigar correctamente todas las células. Pero hay un tercer factor fundamental que se suma a los otros dos: las células pueden funcionar de manera normal porque esos líquidos orgánicos están limpios. En efecto, si cantidades tan pequeñas de líquidos pueden utilizarse para asegurar la nutrición y la depuración de una cantidad tan grande de células, es por que esos líquidos conservan constantemente su composición ideal, es decir, no están sobrecargados con desechos.

Uno de los trabajos principales del cuerpo es, por consiguiente, mantener la pureza de los líquidos orgánicos. Sin embargo, los cincuenta mil millones de células que componen el cuerpo excretan sus desechos en el medio humoral como si fuese una cloaca, y de cinco a siete millones de células muertas son arrojadas cada día a la sangre y la linfa. Además, como hemos visto, múltiples venenos penetran en nuestro cuerpo por las vías respiratoria, digestiva y cutánea.

Para mantener la pureza de su medio interior, el cuerpo dispone de varios emuntorios. Cada uno a su manera, el hígado, los intestinos, los riñones, las glándulas sudoríparas y sebáceas, así como las vías respiratorias, filtran los desechos y los eliminan hacia el exterior. Cuando todos estos órganos trabajan de modo normal y la producción y aporte de desechos no es muy elevada, el medio sigue limpio y las células pueden funcionar correctamente.

Por el contrario cuando los desechos son abundantes y los emuntorios son perezosos o deficientes, el terreno acumula progresivamente desechos y la situación orgánica se degrada.

La sangre se espesa, se hace más densa y pesada, y ya no circula tan fácilmente por los vasos sanguíneos. Los desechos transportados por la sangre penetran en la linfa y en los sueros celulares. Cuanto más tiempo dura el atascamiento con desechos, más se ensucian los líquidos. Con el tiempo, las células pueden estar sumergidas en una verdadera ciénaga, cuya masa inerte paraliza cualquier intercambio. Los aportes de oxígeno y de sustancias nutritivas no logran llegar hasta las células y determinan graves carencias. Al no ser transportados los desechos tras ser rechazados por las células, aumenta todavía más el grado de contaminación circundante. En estas condiciones, las células ya no pueden realizar su trabajo. Tampoco  podrán los órganos compuestos por ellas. Su actividad disminuye y luego se interrumpe en mayor o menor grado

Al depositarse los desechos en las paredes de los vasos sanguíneos reducen el diámetro de éstos, lo que retarda aún más la velocidad de circulación, la irrigación de los tejidos y los intercambios. Al acumularse, los desechos ensucian y taponan los filtros de los emuntorios, congestionan los órganos y bloquean las articulaciones.  Al quedar irritados los tejidos, se inflaman y se esclerosan. De aquí provendrá un sinfín de enfermedades diferentes, según qué órganos hayan sido afectados y en qué grado.

 

La enfermedad se debe a una alteración del terreno:

 

Los desechos que penetran en el cuerpo no se depositan sólo en una región del organismo. Debido a la continua circulación de los líquidos, los desechos se reparten por todo el conjunto del cuerpo. De este modo, es el organismo entero el que sufre la invasión de la sobrecarga. Esto es lo que expresa un aforismo fundamental de la medicina natural:

La causa profunda de todas las enfermedades es la suciedad del terreno producida por los desechos.

 

A partir de esa causa única, pueden aparecer múltiples síntomas y malestares locales. Todas estas manifestaciones son superficiales y deben su diversidad sólo a la gran variedad de partes del cuerpo donde puede fijarse el mal.  En efecto, cada organismo tiene sus puntos débiles, que son los primeros en sucumbir bajo el peso de una sobrecarga.

Las manifestaciones locales, visibles, dolorosas del atiborramiento humoral son, por cierto, las que alarman y atraen la atención del enfermo y del médico. Por desgracia, a menudo se olvida que los responsables de la aparición de estos malestares de superficie están en las profundidades de los humores, sobrecargados de desechos. Este grave olvido tendrá como consecuencia desorientar y llevar la terapia por el mal camino de los efectos secundarios, en vez de hacerlo por el de las causas primeras.

Las enfermedades catalogadas y etiquetadas no son, en realidad, sino nombres que se le han dado a la punta de un iceberg; la parte oculta es el terreno sobrecargado.

Es fácil observar cómo las molestias locales dependen del estado del terreno.

En efecto cualquier alteración localizada, como una bronquitis, una fístula, una hemorroide, etc., puede considerarse como un barómetro del estado del terreno: ¿se aparta el enfermo de una dieta adecuada? ¿Se ve perturbado su metabolismo por falta de sueño? El nivel de sobrecarga aumenta en los humores y la bronquitis se agrava… las fístulas supuran más…, las hemorroides sangran con mayor abundancia.

Las perturbaciones locales son, como ya se ha dicho, una especie de barómetro del estado general del terreno. Cuanto más se degrada éste, las perturbaciones locales aparecen, empeoran y se multiplican. Por el contrario, cuanto más mejora el estado del terreno, más raros se vuelven los malestares, disminuyen y acaban por desaparecer. Como es evidente, la acción terapéutica para obrar de forma lógica deberá ser dirigida ante todo sobre el terreno y no sobre el barómetro.

Para la mayoría, somos víctimas de los microbios y caemos enfermos a causa de ellos. Una observación superficial parece dar razón a esta teoría. Sin negar la nocividad de los microbios, hay que subrayar el hecho de que numerosas enfermedades no son de ningún modo de origen microbiano, como las enfermedades cardiovasculares, el asma, los tumores, las neuritis, las neuralgias, la anemia, la depresión nerviosa, casi todas las enfermedades de la piel y el tubo digestivo, las cataratas, el glaucoma, las menorragias,  y un largo etcétera.

Por otra parte, como se ha podido comprobar desde hace mucho tiempo, la nocividad de la acción microbiana varía enormemente de un enfermo a otro. Puede ser reducida o muy grande, incluso mortal, pero también puede ser nula, según el organismo que acoge al microbio. Éstos no son más que los huéspedes de un terreno sobrecargado. Sólo sobreviven, proliferan y ocasionan daños cuanto el terreno lo permite.

El propio Louis Pasteur parece que habría reconocido esto en su lecho de muerte cuando confió a los que lo rodeaban: “…El microbio no es nada, el terreno lo es todo”.

La causa primera de las enfermedades no es pues el microbio, sino el terreno sobrecargado de desechos que permiten que se instalen los microbios. Hemos llegado así al terreno y a la necesidad de que éste no contenga una cantidad excesiva de desechos. Es tal la importancia del estado del terreno para un funcionamiento sano de nuestro organismo, que éste trabaja constantemente para mantenerlo en un estado de limpieza lo más perfecto posible.

 

 

Nuestro organismo trabaja en su propia salud purificándose:

 

Cuando el organismo está sano, la voluntad de proteger su integridad y de preservar la pureza de su terreno se manifiesta mediante una oposición permanente a la penetración de cualquier cuerpo extraño o perjudicial y mediante la expulsión de aquellos que, a pesar de todo, hubiesen logrado penetrar en los tejidos.

Esta lucha comienza ya con los procesos digestivos. La digestión es un verdadero combate entre nuestro organismo y los alimentos para neutralizar, seleccionar y hacer utilizables las energías exteriores. Por ejemplo: las proteínas contenidas en los alimentos son energías demasiado poderosas para nuestro organismo; por ese motivo, a lo largo del proceso de la digestión, las proteínas son divididas en aminoácidos antes de ser absorbidas.

 

Cuando alimentos o gases nocivos entran accidentalmente en nuestro organismo, éste los expulsa mediante vómitos, estornudos o accesos de tos.

A veces, el cuerpo intenta durante años extraer de sus tejidos un cuerpo extraño que no pudo ser extraído por completo, por ejemplo una astilla.

En el estado de enfermedad, o en el de pre enfermedad, cuando el terreno se sobrecarga de forma peligrosa, el cuerpo no permanece inactivo como una víctima indefensa. Reacciona intentando neutralizar y eliminar fuera de él las sobrecargas tóxicas.

La purificación interior se realiza mediante los emuntorios ya mencionados: hipersecreción biliar y salival, vómitos y diarreas para las vías digestivas; orinas espesas, ácidas, ardientes, cargadas, para las vías renales; sudores profusos, supuraciones, aparición de granos o de eccemas para la vía cutánea; expulsión de desechos colídales por los bronquios, senos y nariz.

Otras vías secundarias pueden también utilizarse para expulsar desechos: glándulas salivares, útero, amígdalas, glándulas lacrimales...

Cuando la situación es desesperada, el cuerpo crea a veces emuntorios “artificiales” para enfrentarse a la marea de los desechos: hemorroides, fístulas, úlceras, etcétera.

Estos esfuerzos de purificación o crisis de limpieza mediante las cuales el cuerpo se libera de las toxinas que saturan su medio interior, no son otra cosa que lo que acostumbramos llamar “enfermedades”. O dicho en otras palabras, las enfermedades son el resultado de las tentativas de limpieza realizadas por el cuerpo. Cuando se realizan con los bronquios los llamamos bronquitis; si se trata de la piel, eccemas, etc. Es decir, son la expresión de un esfuerzo de purificación y de prevención, y no un trabajo de destrucción.

Un médico ingles del siglo XVII, Sydenham, resumió de modo maravilloso el carácter saludable y eliminatorio de la enfermedad con estas palabras:

Le enfermedad no es más que un esfuerzo de la naturaleza que, para conservar al enfermo, trabaja con todas sus fuerzas para evacuar la materias nocivas.

 

FUENTE: LAS TOXINAS, CÓMO ELIMINARLAS DEL ORGANISMO - Christopher Vasey.

 

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